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Pregúntale a cualquiera- Me encanta escribir línea por línea cada una de mis experiencias de viaje pero digamos que tomar fotografías no es algo que haga muy a menudo. Cuando me preguntaban la razón solía decir que las palabras eran mi medio de expresión y que simplemente no me gustaba la idea de esconderme detrás del lente de una cámara. Yo prefería contemplar los lugares que visitaba con mis propios ojos y luego describir todo eso con palabras. Incluso en los lugares más hermosos, nunca sentí que perdería algo si no llevaba mi cámara.
Así es, eso era lo que pensaba hasta que conocí Luang Prabang. Antes de reservar mi boleto, había visto incontables fotos de templos dorados, imponentes muros dorados y líneas de monjes cubiertos con túnicas color azafrán. Eran fotos hermosas pero aun así me mantenía firme en mi idea de que no empacar mi cámara en mi maleta no era algo que lamentaría después.
Pero en el momento que mi taxi se detuvo afuera de lo que era mi pintoresco alojamiento hecho completamente de madera oscura, en ese instante supe que Luang Prabang era un lugar que podía hacer de cualquier un fotógrafo de viajes.
De tímida a amante de la cámara, como me cambió mi viaje a Laos
No pasó mucho para que me convirtiera en la persona que nunca pensé que sería; una amante de la fotografía. En mi primer día de exploración por Luang Prabang recorriendo dos docenas de templos, allí estaba yo, tomando fotos a cada instante intentando no perder ocasión para capturar cada momento. Desde mi taza de café de la mañana (una sabrosa taza de “kaa feh thong” que dejó en vergüenza a mi brebaje occidental) hasta las flores en frente de la ventana de mi alojamiento y la fachada chispeante del Wat Mai al atardecer, no había ningun paisaje que no pudiera encajar perfectamente en una postal. Por primera vez en uno de mis viajes, sentí que sería un perjuicio no capturarlo en fotografías.
Quizás el más obvio signo de mi recién descubierta obsesión con tomar fotos surgió con mis recorridos alrededor de los famosos templos conversados de la ciudad. A diferencia de otros destinos religiosos en el sudeste de Asia, los templos en Luang Prabang todavía sirven una función predominantemente religiosa. La mayoría de ellos son hasta el día de hoy hogares para las decenas de monjes en entrenamiento que salen en fila fuera de las puertas de entrada del templo antes de que el sol salga por la mañana para realizar el ritual de la limosna. No es nada del otro mundo toparse con grupos de monjes desplazándose por los terrenos de sus casas adornadas con hojas de doradas o pasar horas cantando oraciones entre ellos. Parte de lo que hace a los templos de Luang Prabang tan atractivos para fotografiar es como se mantienen llenos de vida porque al momento de capturarlo con tu cámara estás fotografiando algo más que un simple destino para turistas, estás conectándonte con una parte viva y espiritual de este lugar.
Pero quizás mi súbita obsesión con tomar fotos no debió haber sido tan sorpresiva. Después de todo, este pintoresco rincón del sudeste Asiático es regularmente conocido como uno de los destinos más fotogénicos de Asia. Pero a parte de los 30 templos que contiene este lugar, aun conserva el encanto dejado por la colonia francesa, haciendo de toda casa la manzana predilecta para cualquier fotógrafo.
Durante mi estadía de 3 días pude en total algo más de 200 fotografías, y dejando de lado mis grandes habilidades para la fotografía con una diminuta cámara de celular, pude capturar imágenes hermosas e inolvidables. Cada vez que reviso mi álbum de fotos y veo una de esos típicos templos dorados con un monje sonriente en túnicas azafrán, no puedo hacer más que pensar y preguntarme cuando será el día en que volveré a tan hermoso lugar y con mucha suerte, con una mejor cámara.
